Me acuerdo que cuando llegué a la Ciudad de México, para estudiar la universidad, era de esos estudiantes que tomaban un café en un Vips o Sanborns, con mucha crema y azúcar, para convivir con mis compañeros de clase; hacer los trabajos en equipo; o simplemente matar el frío en un día lluvioso, con un libro en mano.
Tenía 17 años y no estaba de moda todavía el “café gourmet”, sí, ese, el de la Sirenita. El café no tenía ese status contemporáneo que te hace ver cool; simplemente era lo mas barato para sentarte muchas horas en un restaurante y no estar parado en la calle.
Conforme fueron pasando los años, mis gustos se fueron sofisticando, mas por la casualidad de mi trabajo que por cualquier otra cosa. En la agencia de publicidad donde trabajaba, hacíamos actividades de ventas&integración con dinámicas al final del “speech” de ventas del cliente. Eran generalmente talleres de pintura, escultura, grabado y qué creen… catas de café.
La oportunidad de trabajar con gente de la industria (productores, comercializadores, baristas), me fue orillando a ser un poquito mas exigente con mi paladar. Fue un camino sin retorno: ya no pude regresar al café soluble. ¡Jobs me libre!
Empezó mi tour por las mejores cafeterías de la ciudad. Me volví parte de esa hermandad secreta que empezaba a apreciar las diferencias entre un café Oaxaqueño o Guerrerese, entre uno procesado en seco, lavado o honey.
Ha sido la única adicción que permanece en mi. Nunca he sido alcóholico; me liberé del cigarro, y el mezcal lo uso esporádicamente solo por sus propiedades terapéuticas.
Me he dado cuenta que mis super-poderes creativos se potencian si ingiero una dosis moderada cada mañana. Tiene que ser “americano” para ir entrando en calor.
Y bueno, para no hacerles el cuento mas largo, les enumero las cinco razones que pueden esgrimir para defender su amor matutino por la cafeína. Ahí va.
Uno. Está comprobado que el café potencia tu sistema inmune (no me pidas ahorita referencias médicas por favor). Estoy seguro que las dosis masivas de cafeína durante tantos años me salvó de que el tumor en mi panza fuera maligno. Esa es otra historia
Dos. Se sabe que en algunos consumidores – no todos desafortunadamente- acelera su procesamiento neuronal. ¿No han sentido cómo se les despierta la cabeza con un primer sorbo?
Tres. Es relajante, paradójicamente. Esa sensación, cuando lo saboreas, y lo vas pasando lentamente, oh maná de los dioses, por tu garganta y sientes como cura tus heridas, fortalece el espíritu y prepara tu rostro para la primera sonrisa del día.
Cuatro. Es un excelente facilitador social. ¿A qué me refiero? Ya sea antes de la pandemia, en una junta, o vía zoom, frente a miles de fotos fijas en tu pantalla, el café conecta a las personas. Es bueno para limar asperezas y llegar a acuerdos. ¡Garantizado!
Cinco: Le da orden a tu vida. Ya sea en los momentos de alegría o tristeza, salud o enfermedad, trabajo o descanso, una buena taza de café pone las cosas en su lugar, en una justa dimensión. Debo confesar que soy un poco supersticioso y si no tomo mi café matutino, tengo el temor que algo malo puede suceder. Así qué.. ¿para qué arriesgarse?
Un buen café no necesita tener un logo famoso ni que la taza sea de cerámica de China. Un buen café necesita que lo respetes, que le des un poco de tu tiempo y espacio para disfrutarlo. Adelante pues, díganle a Siri: “temporizador cinco minutos” y denle a su alma ese descanso que necesitan, acompañados de un buen café.