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EL MAÑANA QUE NADIE QUISO

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Creo que todo comenzó con lo de la Guerra en Ucrania. Europa empezó a tener problemas con el acceso al gas natural y se acercaba el invierno. Muchos gobiernos empezaron con problemas para mantener la paz social y la tranquilidad de las mega corporaciones. Empezaron sequías terribles, como en Monterrey, México y heladas  donde antes había un desierto.

Enfermedades virales como el COVID eran nimiedades ante las nuevas variantes que afectaban a todos. Muchos políticos subieron como la espuma prometiendo soluciones mágicas, rápidas. Países endeudados para mitigar problemas cotidianos.

Fueron 20 años de ir de mal en peor;  mucha gente prefería quitarse la vida para darle una oportunidad de sobrevivir a las nuevas generaciones, a los jóvenes. 

Se le decía eutanasia asistida y la promesa era que el Estado con el ahorro del fondo de pensiones apoyaría a los más jóvenes a sobrevivir esta crisis pasajera.

Se intentaron varias cosas y ninguna solución fue permanente. El egoísmo que caracteriza a la raza humana estuvo más presente que nunca. 

Las grandes potencias se unieron en Megalópolis. La fracción EUROASIA versus AMERICA (claro, sólo EUA y Canadá). 

Ellos se dedicaron a saquear los pocos recursos que quedaban de Africa y Sudamérica.

Una buena mañana vimos como se peleaban en nuestras holo-pantallas el Sr. Presidente de uno de los bandos contra su homólogo.

Que si el otro no estaba respetando las raciones de agua y alimentos acordados; que había un robo de patentes de la tecnología climática que evitaba que la gente no quedara como papas fritas con los rayos UV.

Eventualmente el Sr. Donald Trump Jr. Jr. Lanzó la solución final – a la chingada (o “fuck you”) – un arma bioquímica que habían trabajado en secreto desde inicios del siglo XXI. 

Durante años se habían metido en las vacunas un marcador que protegería solo a algunos privilegiados, los demás, la broza, moriríamos de forma acelerada potenciando nuestros defectos genéticos: cáncer, hipertiroidismo, los más afortunados, un simple paro cardiaco.

Bastaba solamente tocar un botón y los nanobots que navegaban en nuestra sangre activaban el gatillo de tu genoma maligno. ¡PUM!, cuenta regresiva para morir. Que el planeta le quede solamente a los que tienes una American Express Platinum Card.

Pero bueno, aquí es donde la puerca torció el rabo, como decía mi bisabuela. Hubo algunos, muy pocos de ambos bandos, que amanecieron con regalos extraños.

Se reporta que algunos de repente tenían una fuerza sobre humana: Hércules renacido literalmente. Otros podían correr muy rápido pero sólo por intervalos de cinco minutos o se desmayaban. Mi madre, maldita sea, se volvió una telépata y ya no le podía ocultar nada. 

Estos dones desafortunadamente no vinieron con el plus de la inteligencia o una renovada humanidad. Lo mejor y lo peor de cada persona salió a relucir en todos nosotros, los sobrevivientes, los que no morimos.

Fue la ley del más fuerte, del más rápido, del que podía controlar tu mente y obligarte a hacer cosas. Esta situación afectó aparentemente sólo a los países pobres y generó una nueva élite: los mutantes.

Si querías sobrevivir, tenías que hacer un pacto de hermandad. Nadie jodía al otro. Mientras acataras las reglas de tu grupo, el compromiso era que todos sobreviviéramos. Migrar de un territorio a otro hasta agotar la poca comida y agua de la zona.

El balance mundial era como 50-50. Ellos tenía el plus del dinero (que la verdad ya servía para poco) y nosotros nuestras habilidades pedorras.

Esta es la historia de como los jodidos del planeta hicimos una alianza rudimentaria: los mutantes miserables  contra los ricos del primer mundo. ¿Quién ganará el control de este polvoriento planeta? Todavía no lo sé,  la historia apenas se está escribiendo.

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